Pasan escasos minutos de las 5 de la madrugada. Suena el teléfono. -“Anacleto de la 217 que se siente muy fatigado”- nos llaman de recepción. Cojo el saturímetro y subo, sin retraso. Entro en la habitación. Anacleto boquea.
El saturímetro indica que apenas llega aire a sus pulmones. Sólo con tocarle la piel me doy cuenta, pero el termómetro me lo confirma: 39ºC. Aviso a la auxiliar, que acude rauda con una silla de ruedas. Recepción está avisando al médico de Urgencias. No hay tiempo de que lleguen si no hago nada, y así se lo hago saber al facultativo. Revisando contrareloj su historia clínica decidimos inyectarle y ponerle unos aerosoles.
Anacleto no llega a consumir los aerosoles. El médico de guardia llega apenas dos minutos después. Hemos sido rápidos, pero no había nada que hacer. No tengo ganas de llorar, eso hace tiempo que no lo siento. Pero mi boca se seca y en mi abdomen siento una especie de agujero negro. – “Hiciste bien “- me dice. Pero no sirvió de nada, y da igual el tiempo que pase: Primero un vacío en la boca del estómago y luego rabia, no sabes contra qué.
CYBRGHOST.
Me has dejando sin palabras.El silencio de una muerte.
ResponderEliminarGracias por hacernos llegar este sentimiento y hacernos reflexionar. También se me ha secado la boca al leerlo. Nunca me cansaré de decirte lo mucho que admiro tu trabajo. Muaks!
ResponderEliminarque sensación mas terrible de verdad... yo no daré suficientemente las gracias a todas las personas que como tu cuidan de los demás, hay que ser MUY VALIENTE para ello, un saludo desde canarias
ResponderEliminarEáránë: Es una profesión más, con sus cosas buenas y malas. Las hay muy necesarias y sin nigún reconocimiento. Aún así Gracias. Y bienvenida cuando quieras.
ResponderEliminarsiempre he pensado ,y más con la reciente operación de mi madre,q qué maravillosa labor hacen los enfermeros.
ResponderEliminar