Lidia y Juan se prometieron amor
eterno. No eran matrimonio, ni siquiera pareja, cada cual tenía la suya. Pero
juraron ser amantes perpetuos. Siempre, siempre y por encima de todo, podrían
citarse. Durante años no hubo problema alguno, e indistintamente se reclamaron
para saciar sus deseos más instintivos. Ella sigue reclamándolo con frecuencia
insaciable. Juan accede, fiel a su palabra, pero cada vez le cuesta más. Desde
que ella murió le resulta extraño.
Miguelángel Pegarz
cYBRGHOST
Este texto ha sido publicado por Nocturnario Revista de Creación Literaria.
Muy buen final, Miguel Ángel, toca uno de esos temas que producen prurito.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
HD
Muchas gracias Humberto. Un honor tu alabanza.
EliminarOtro abrazo de vuelta.
Y así pasamos, en un puñado de líneas, del amor y la pasión al escalofrío más tétrico. Vaya recorrido, Miguel Ángel!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Pablo. Por pasar, por la alabanza y por comentar.
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