Limann oscilaba lacónico su brazo derecho en el aire mientras dejaba que las lágrimas resbalasen desganadas por sus tiznadas mejillas. Desde el andén clavaba la mirada en el convoy, cada vez más pequeño, que se llevaba un trocito de su alma. Allí viajaban su madre, con sus dolores y reumas, su padre y su tos de ultratumba y su hermano pequeño, excepto el brazo derecho, que se separó de él hace dos meses en un trágico accidente. Ninguno de los cuatro tenía claro dónde iban, aunque ellos tres estaban convencidos que a un lugar mejor. Eso esperaba Limann, aunque era de natural más desconfiado. Cuando ya sólo oteaba una fina columna de humo, giró sus destartaladas botas hacia las faraónicas vetas de roca que le seguían esperando. Antes de recoger el pico, rogó al señor volver a verlos. Miguelángel Pegarz c YBRGHOST
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