Marco había perdido su empleo, no tenía ya techo, su dinero
se acababa y apenas conseguía algo que comer. Así que tomó su mochila y se echó
al camino, para pasar su vergüenza donde nadie le conociera. Se cruzaba con
mucha gente y veía a mucha otra. Y fuese a él o a otros, la mayoría no sabía
que decir. Marco no tenía más que palabras, pero, ante lo que pasaba frente a
sus ojos, tuvo una idea. Extendió su manta en el suelo y comenzó a desperdigar
sus palabras por ella. Poco a poco, la gente se fue acercando; primero a
curiosear, luego comenzaron a animarse y a comprarle sus palabras. Marco tenía
la que cada uno precisaba.
No le ha dado para hacerse rico, pero ahora vive en una
pequeña casita a las afueras, y tiene algo que llevarse diariamente a la boca.
Y, además, vive en una ciudad mucho más feliz.
Miguel Ángel Pegarz
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Las palabras son la respuesta a todas las preguntas.
ResponderEliminarUn beso.