Al fin la música sorda. Años intentándolo. Apartándose. Primero
de la ciudad, ese infierno de onomatopeyas alfa compitiendo entre sí. Luego el
pueblo, tiempo lento pero con sus propias melodías. Optó por convertirse en
ermitaño. Se retiró al bosque. Evitó las óperas humanas, pero descubrió que la
naturaleza es una insidiosa sonata de ruidos animales y viento entre hojas. Para
cuando subió a la montaña, ya todos lo tenían por loco. No era del todo falso;
esa búsqueda del silencio absoluto le estaba trastornando. No alcanzó su meta
en la cumbre, ruido blanco natural.
Descartadas todas las opciones mínimamente razonables, se
imponía la solución radical. Volvió a la civilización, se esforzó entre el
ataque de sonidos por convertirse en el candidato ideal. Y se enroló en una
expedición a la Antártida como personal de apoyo. Llegados a ese punto, vagar
por el mar de hielo fue lo más fácil. Las inhumanas temperaturas eran lo de
menos. Y aunque el viento perseveraba en su acoso, el plan era muy simple. En su
cueva de agua sólida ya sólo le quedaba un pequeño paso: Dejó la mente en
blanco.
De volver no se había preocupado.
Miguel Ángel Pegarz
cYBRGHOST
Cada vez me gustan más tus finales. Eres todo un experto en culminar en las dos ultimas frases.
ResponderEliminarLos que entienden dicen que es una de las claves del microrrelato. Y casi no sé escribir otra cosa. Los finales no sé, con el resto me parece que cada día flojea más.
EliminarMuchas gracias por leer y muchas más por comentar.
Salud.