Alén entro en el Templo con su
túnica gris ajada y su pelo cano revuelto. Se apoyaba en un báculo que prestaba
solidez a su paso. A primera vista pudiera parecer un mago, pero Alén
pertenecía a una estirpe aún más denostada, pues ni siquiera eran temidos. Alén
era Poeta.
Era un secreto a voces que se
preparaba un auto de Fe contra ellos, así que el Consejo había decidido
abandonar el Templo, llevando cada cual diez palabras, salvando así trescientas
de la purga.
Alén se dirigió a la sala de la
Palabra, encorvándose más a cada paso. Con los ojos húmedos fue tomando con
delicadeza las que había escogido.
Eligió en primer lugar MELANCOLÍA,
consciente de que ese sentimiento iba a embargarle el resto de su existencia.
A continuación TITILAR, pues
siempre le había sonado a música, aunque pareciera rebuscada.
Guardó POETISA. Muchos la
denostaban pero él creía que encerraba aún más fuerza que poeta, y si no la
salvaba, nadie lo haría.
Acorde con su carácter taciturno y
su afán de pasar desapercibido, recogió MURMULLO.
A continuación fue por PLUMA, por
sus varias acepciones y evocaciones, llenas de posibilidades.
Pensando en la vida de retiro que
llevaría y en su ya avanzada edad, escogió ALAMEDA; y para alegrar su soledad
OROPÉNDOLA.
Vino a su mente el recuerdo de una
visita a la Laguna de los Múltiples Mundos que lo condujo a SUTIL e INGRÁVIDO.
Por último, para sorpresa de todos
(Alén era conocido como gran amante de la musicalidad) , asió MUERTE, por la
proximidad en su ciclo vital y como compromiso adquirido en la defensa de las
palabras elegidas.
Al salir, parecía más erguido y con
el paso más firme. Paradójicamente, parecía caminar sosteniendo un gran peso.
Miguel Ángel Pegarz
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