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Mostrando entradas de febrero, 2010

CASA FRÍA

Su Mano se posó sobre el vetusto mueble del salón y lo recorrió despacio, cabizbajo. Miró de soslayo los dos juegos de café que cobijaba y dibujó en su rostro una mueca torcida. No era su primera casa. No iba a ser la última. En unos días la dejaría como hizo con varias antes. Era un ser social, no había más que soltarlo en la calle. disimulaba su notable timidez empleando con elocuencia su desparpajo cuando alguien le daba pie. Era un tipo afable y presto al favor, con lo cual apenas se había granjeado enemigos. En general resultaba un tipo simpático, con fama de bonachón, poco espabilado y algo pesado. De tanta vuelta, tanto destino y tanto viaje ya no tenía muy claro dónde estaba su sitio, si es que había pasado por él. Dentro de sus modestas posibilidades había cuidado los pequeños detalles de la espartana decoración de su hogar. tenía alma de bereber y nunca faltaba algo que ofrecer a las visitas. Tragó saliva y un sabor amargo le recorrió la garganta. Trato de recordar al último

NO SOY ESCRITOR

El Arte de Escribir consiste en que el magma en ebullición de nuestra creatividad fluya ordenadamente por el brazo canalizado al papel. Unos pocos privilegiados viven de ello, algunos incluso bien, y algunos más poseen ese don. Envidio su capacidad para sentarse ante un papel o un teclado), concentrarse y dejar salir las historias. Admiro esas mentes efervescentes capaces de elucubrar tramas y personajes y llenar página tras página día a día. No hace mucho leí en el dominical de algún periódico un artículo relativo al los blogs y el auge de los microrelatos frente a la literatura "convencional". Un autor, no recuerdo quien, argumentaba que los blogs de microrelatos se nutrían de escritores frustrados sin el talento necesario para escribir una novela. Quizá olvidara el nombre para evitar valorar el ego que me transmitió. Pero el caso es que de lo que si se nutre es de gente para los que Escribir, así, con mayúscula, es una utopía. Yo no poseo el talento ni para un microrelat

EL HOMBRE DEL RINCÓN DEL BAR.

Era un tipo cuanto menos curioso. Solía acudir siempre a media tarde. “Hola, ponme un café con leche cuando puedas” al entrar y “¿Qué te doy?” al recibir su pedido era lo único que hablaba, siempre sonriente, y con la mirada triste, o quizá cansada, en contraste. No sabría decidir si su estilo era clásico o moderno; me decantaré por definirlo como un moderno clasicista. Lo que nunca faltaba en su indumentaria era un viejo bolso de los que llaman reportero y algún tipo de gorra. Cogía su café en la barra y se dirigía a aquel rincón. No era el más cómodo, ni siquiera estaba sentado. Miraba a la calle a través de la enorme cristalera. Era una calle anónima, sin nada que ver, o con tanto por ver como cualquier otra. Acostumbraba sacar una libreta, o una agenda, no sabría precisar, y escribía brevemente algo, con aire pensativo. Mientras bebía distraídamente, y a la vez paladeándolo, pequeños sorbos del café. A veces hojeaba desganado alguna revista. Y transcurridos unos quince o veinte mi