Ordenaron colocarle una venda en los ojos. Dos de los hombres que le escoltaban, los más fornidos, se ocuparon de ello. Lo llevaron a ciegas por pasillos y zonas exteriores, a juzgar por lo que oía, durante lo que calculó unos diez minutos. Finalmente pararon, y escuchó un portazo tras de sí. Casi se orina encima. En medio de un silencio de cementerio le quitaron la venda. Una explosión de gritos y risas le colocó ante un enorme cartel que ponía “Feliz Cumpleaños”. Desde entonces no va a las fiestas y envía siempre un paquete por correo. Miguel Ángel Pegarz c YBRGHOST
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