No era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño. No llevaría veinte años en el oficio si tuviese remordimientos. Era todo el trabajo acumulado. No había parado en el último mes y aún tenía faena acumulada. Y no es un trabajo en que el cliente tolere retrasos. Tampoco la situación estaba para rechazar encargos, nunca se sabe cómo vendrá el mes próximo. Pero necesitaba un receso, cada día lo veía más claro. Y ayer había sido la gota que colmaba el vaso. Vale que no formaba parte del encargo, que no le vio la cara, ni la ejecución. Pero era un error, un inadmisible resquicio de conciencia. No debió permitir que escapara. Aunque fuese un niño. Miguel Ángel Pegarz c YBRGHOST
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