Le confesé a mi padre lo que había hecho, los años de
engaños y disimulos. Uno pertenece a la familia en que nace y en algunas, como
la mía, eso conlleva ciertas obligaciones implícitas. Los negocios de mi
familia abarcan robo, secuestro, extorsión e incluso asesinato; mentir es
rutina y por los años que llevo sin ser descubierto se me da muy bien. Pero no
es compatible con la vida que deseo llevar. Mi
revelación tuvo que ser muy dura para él, pero lo que verdaderamente le
destrozó fue oírme decir que deseaba ordenarme sacerdote. Sólo acertó a
preguntarse en bucle qué hizo mal.
Miguel Ángel Pegarz
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