
Hacía muchos años que había dejado de ser joven, incluso bastante que había dejado de ser un hombre maduro. Era un viejo. Nunca entendió porqué la gente se empeñaba en evitar esa palabra. Se seguía levantando con el Sol, como había hecho desde que tenía uso de razón, aunque ya no recordase cuando fue. Las articulaciones le chirriaban como bisagras oxidadas, y no conseguía traer a la mente un día en que no le doliesen los huesos.
La casa era como él, vieja dura y fría, y con más desconchones de los que uno tuviera paciencia a contar. Estaba sola en medio de una enorme planicie y era a todas luces demasiado grande y con más terreno del que un anciano pudiera llevar.
Desayunaba fuerte, por lo que pudiera venir. El médico le recriminó en una ocasión que aquella dieta le perjudicaba y lo solucionó. No volvió al médico. Los pocos que le conocen bien cuentan que en tiempos fue amable e incluso alegre; pero la viudedad le convirtió en hosco y rudo. No obstante había de ser rudo, si no cómo iba a ser capaz de seguir sacando adelante las tierras y el ganado un día tras otro. No contaba con la ayuda de nadie. No había tenido hijos y había acudido al entierro de los pocos familiares que tenía. Allí estaban él, sus animales y sus graneros en medio de la nada, desafiando al mundo. A base de no practicar le costaba hablar. De vez en cuando hablaba con ella en voz alta, aunque no estuviera convencido de que le oyese. Con Dios dejó de hablar el día que se la quitó.
Era un día duro, un día cabrón que solía decir, de esos que el sol te pesa y parece estrujarte. Entró al granero y echó un trago largo al botijo. Colocó una vetusta escalera y se dispuso a subir al altillo. Al segundo escalón supo que algo no funcionaba bien, la cabeza iba por libre. Un instante después reposaba en un charco de sangre. No necesitaba que nadie le dijese que era el final.
Lo encontraron tres días después. El panadero llamó a la Guardia Civil al ver por segundo día la mercancía por recoger en la puerta. Lo encontraron con gesto sereno y una mano suavemente cerrada.
CYBRGHOST
(Fotografía: “Finca Castellana” Serie “Parajes”)
Triste final, pero describes perfectamente la vida ya machucada por los años y las experiencias...
ResponderEliminarAbrazos
Dura vida la del labriego, bien descrita.
ResponderEliminarUn saludo
Necesito tu email, para ponerme en contacto contigo.
ResponderEliminarPuedes enviarme un email a mi direcion de correo, la tienes en mi perfil.
Gran descripción Cyber, sutil y sencilla. Hasta me ha parecido oir el ruido de esas bisagras oxidadas.
ResponderEliminarSu, Anónima, Isa. Gracias por comentar y me alegro que os haya gustado.
ResponderEliminar¿Por qué tenía la mano suavemente cerrada? Me ha gustado mucho
ResponderEliminarSaludos
Me gustó mucho...
ResponderEliminartal vez dios, llegó a oirlo...
Anita: ¿El recuerdo de alguien?
ResponderEliminarCapi: Me alegro, no se Dios y el se llevarían bien.
Mmm, el recuerdo??? creo que ella le cogió de la mano para estar con él y llevárselo, no?
ResponderEliminarQué lindo, ahora cierra mucho mejor para mi, gracias!