Allí, frente al espejo del baño, repasaba cada detalle. Bien afeitado, y eso que ponerse las gafas para apurar bien le hacía sentir ridículo. El traje de los domingos, o bueno, el traje, porque nunca tuvo otro, bien cepillado y sin una mancha. La corbata, que no recordaba la última vez que se la puso. Y un clavel en la solapa, que si recordaba la última vez que se lo puso, y la única, el día de su boda. A él le seguía pareciendo una mariconada, pero a las mujeres les gustan esas tonterías. Se sentía un poco estúpido. No tenía edad ya para temblarle las piernas si no era por la circulación o la artrosis. Y a los ochenta, los nudos en el estómago se deben a una digestión pesada o a la hernia de hiato. Pero ahí estaba él, frente al espejo del baño, arreglándose como si fuera su primera comunión, temblando como un flan y con un nudo en la boca del estómago. Cogió el bastón, pero en el último momento lo dejó contra la pared. Y enfiló la puerta, emocionado como un chiquillo. Cybrghost ...
Pues sí, hay vida después de la muerte. Un relato negro muy tierno.
ResponderEliminarAbrazo
Ternura y negrura, pura contradicción, como el autor.
EliminarMuchísimas gracias por pasar por aquí e infinitas por comentar.
Salud.
Buenas noches, Miguel
ResponderEliminarEste micro será publicado en El Microrrelatista el día 20 de septiembre.
Con tu permiso.
Un abrazo, amigo.
Un honor, faltaría más.
EliminarAmén de que la licencia con que publico te exime de pedirme permiso.
Muchas gracias por pasar a leer y por difundirlo.
Un placer tenerte de nuevo por estos lares.
Salud.