Marta comenzó a subir al tejado en la adolescencia. Huía
allí de su confusión, de las broncas en casa, de no estar segura de qué pasaba
con su cuerpo.
No dejó la costumbre cuando llegó a la universidad (antes de
los exámenes, cuando suspendía, cuando estaba confusa por algún chico).
No tiene claro por qué acabó casada. Pero continuó en aquel
piso; sus padres se volvieron al pueblo. Así que continuó subiendo allí, igual
de perdida cada vez.
En todas las ocasiones coincidía con un pájaro azul, al que
subía algo de alpiste.
Hoy subió por última vez. Llevaba una pequeña mochila. Nunca
bajó. Algunos juran haber visto un enorme pájaro azul con una mujer encima.
Miguel Ángel Pegarz
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