René había empleado toda su voluntad en vencer sus miedos e
invitar a Eloísa a tomar un café. Aunque no las tenía todas consigo, aceptó.
Llevaba los dos días que mediaban entre la solicitud y la
cita rumiando las mil cosas que quería decirle y no había encontrado valor ni
ocasión. Veía a Eloísa especialmente guapa esa tarde, lo cual no le facilitaba
las cosas. Temblaba como un flan y hasta tartamudeaba mientras charlaban de
intrascendencias, que le servían para dejar hueco en su boca para las palabras
que realmente quería pronunciar. Las palabras se iban acumulando en la boca de
René, hasta el punto de que no necesitaría ya valor, pues tenía la boca llena
hasta tal punto que su discurso caería solo. Justo cuando iban a brotar de sus
labios como un torrente, Eloísa recibió una llamada, se disculpó, y se fue
precipitadamente. René tuvo que tragar saliva, y con ella todas las palabras
que inundaban su boca; tantas que se atragantó con ellas. Se ahogó.
Miguel Ángel Pegarz
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Las debió soltar, contra el espejo o a través de un bolígrafo en un papel.
ResponderEliminarUn abrazo, Miguel Ángel.
Es probable. Muchas gracias por leer y aún más por comentar.
EliminarSalud.