
Fue
un trabajo arduo. Meses malmetiendo, deslizando comentarios, reales o no, como
quien no quiere la cosa, en los momentos más oportunos (o inoportunos, según se
mire). Un chico, ciertamente, no puede hacer el trabajo de un hombre. Así que
se dedicó a utilizar su presumida inocencia hasta que ahora, por fin, un hombre
se ocuparía de ello. No es fácil sembrar el odio suficiente para llegar a este
punto, se sentía tremendamente orgulloso. Se tapó los ojos fingiendo espanto,
ciñéndose al papel que tan magistralmente había interpretado. Pero no pudo
evitar, en el último momento, abrir los dedos para observar entre ellos.
Miguel Ángel Pegarz
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