El abuelo me lo inculcó de pequeñito: el bosque es sagrado.
El bosque es el milagro del equilibrio. Unos caen para que otros vivan. Y
trastocar esto es peligroso. Por eso nunca cobro una pieza que no piense
aprovechar.
Él era de ciudad, eso no lo entendía. Decía que eran
tonterías de viejo chocho. No sé porqué lo llevé de caza, no sé siquiera porqué
me caía bien. Estuvo tirando como un loco a todo lo que vio; no atendía a
razones. Al final me enfadó y me encaminé hacia el pueblo.
No me crea si no quiere, pero le juro que fue así. Primero
se retiró toda la hierba, dejando la tierra pelada, luego creció sin medida
mientras las ramas y arbustos le cerraban el paso. El bosque le atacó. No dejó
nada, le devoró. ¿No lo entiende? A eso se refería el abuelo.
Miguel Ángel Pegarz
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