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COMIENDO SOLO

Desde algo antes de las Navidades he cogido la costumbre de ir con cierta frecuencia a comer al campus. Fundamentalmente cuando estoy en turno de mañanas. Resulta cómodo, rápido y es económico. Pero no es promocionar las excelencias de comer fuera lo que ha hecho que me ponga a escribir.

Comer sólo fuera de casa es una experiencia. Si además lo haces en un comedor universitario la experiencia se multiplica.

El comedor es una enorme sala cargada de gente peculiar. Habitualmente no nos damos cuenta, vamos con nuestra compañía y estamos pendientes de ella. Pero cuando vas a comer solo la cosa cambia. En primer lugar, observas más a tu alrededor, no tienes con quién conversar ni a quién atender entre bocado y bocado. Y descubres una “fauna” curiosa. En tu alrededor, si eres curioso como yo, captas, sin ninguna mala intención, retazos de conversaciones ajenas. Así descubres cosas curiosísimas, como que las póco más que adolescentes aspirantes a divinas de la muerte de la mesa de enfrente están hablando de cuernos. Concretamente de que, vamos a llamarla María, fue a una peluquería y se encontró a la que se había tirado a su novio, y se quedo allí como si nada, increíble para sus amigas. Esas mismas chicas, cuando se levantan, en efecto dominó desencadenan las miradas y comentarios en masa del grupo de chicos de dos mesas más allá, que no se cortan ni un pelo ni en sus miradas, ni en sus risas ni en sus comentarios sobre el culo de una de ellas.

En contrapunto un individuo a mi lado que a todas luces dejo hace años de ser universitario conversa con una mujer entrada en kilos q presume de buena cocinera a la que al parecer no conoce de nada. Pero ello no es óbice para que le desgrane el arte de comer barato fuera de casa en Zamora, tema en el cual es experto a raíz de ser separado desde hace 17 años. Interesante imaginarse al tipo, elegante sesentón, en alguno de los sitios que ha mencionado (burgers poblados de adolescentes chillones y poco recatados).

Siguiendo nuestro periplo encontramos otro contrapunto. Todo un señor Inspector médico comiendo con otro tipo que seguramente no sea universitario tampoco. Conversación seria, gesto de flema… y el acompañante de nuestro inspector se duerme nada más acabar el postre sentado allí mismo. Sin inspector también duerme, incluso con la cucharilla y el yogur de la mano, que no deja de tener mérito. Envidiable capacidad la que presenta el sujeto para dormirse y curiosa selección de lugar de siesta. Así casi todas mis apariciones por allí, para despertarse bruscamente, recoger sus enseres y desparecer con prisa.

Como veis un comedor, si vas sólo, puede llenarse de experiencias que habitualmente pasarían desapercibidas. Como me figuro que no soy el único que se fija en su entorno, yo soy el calvo con perilla rara que llega casi el último a comer, se sienta con cara de sueño y de estar algo ido, come a toda velocidad, recoge su portátil y se larga con prisas.

CYBRGHOST

Comentarios

  1. me parece una descripción interesantísima de tu visión del comedor.de verdad q la he leido con sumo interés.muchos profesionales de la comunicación deberian aprender a hacerlo asi.

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  2. Solo he comido una vez en el campus de Salamanca y la verdad que nos echamos unas risas, pero solo se me ha quedado la imagen de un chaval (unos 26 mas menos) con su pijama y sus zapatillas de cuadros de estas de toda la vida.

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