La Calle Adela Lastra ha sido una calle que ha existido en Salamanca durante años. Adela Lastra nunca existió. Todo fue fruto de un error tipográfico al acortar el nombre de la calle para la placa. Debió ser Arroyo de la Lastra, pero ¿y si no hubiera sido así?
Adela Lastra nació en Salamanca, en una casa cualquiera, un
día cualquiera de un año cualquiera. Desde bien joven entró de aprendiz en una
mercería y, a base de esfuerzo, se acabó quedando de dependienta. Puede que
este fuera el mayor hito en la vida de la joven. El jornal era harto necesario,
con un padre incapacitado por la artritis y tres hermanos. Mas no le reconoció
el mérito ni su madre, que lo consideraba su obligación. Fregadora de
escaleras, además consideraba el trabajo de su hija “elegante”.
Padre y madre siempre dijeron que la niña tenía muchos
pájaros en la cabeza y que nunca llegaría a nada. Más insistieron cuando
rechazó de pretendiente al hijo de Manuel el del mesón, con un padre con ganas
de volver al pueblo y cederle su próspero negocio. Y ya caso rasgaron sus
vestiduras cuando el argumento del rechazo fue beber los vientos por el chico
que repartía los periódicos, casi en la indigencia. Fue ese el único día que
perdió la compostura y juró por Dios que algún día se hablaría de ella en toda
Salamanca. Visto estaba que el destino de Adela era sufrir, pues algunos días
después, un camión de reparto arrollaba la bicicleta de su amado, sin dar
ocasión de que llegara a ser su viuda. No pararon sus padres, más entonces, de
insistir en que se desposara con el mesonero. Arrastrada por la desesperación,
un día cualquiera, de un año cualquiera, ventipocos después de venir a este
mundo, lo abandonó cogiendo billete desde el puente al fondo del Tormes. Pero
suicida y habiendo jurado por Dios, su alma no encontraba reposo, pendiente de
cumplir su promesa. Así fue que un día, deambulando errático su espíritu, dio
por azar con un escrito de la Comisión del Callejero del Excelentísimo
Ayuntamiento de Salamanca. Figuraba para el bautismo de una calle el nombre
“Arroyo de la Lastra”. Se le iluminaron las vaporosas pupilas y, desde ese
momento, día y noche no paró de susurrar en el oído del funcionario “Adela,
Adela, Adela….”. De tal guisa, al dar los nombres de las nuevas vías el
empleado público dictó convencido “Adela Lastra”. Cumplió así la desdichada su
promesa, reposando ya su alma en paz.
Miguelángel Pegarz
cYBRGHOST
Bien basado en las leyes de la propaganda que promueven que repetir algo muchas veces lo convierte en realidad.
ResponderEliminarYo me enteré de que esta señora no era real de casualidad.
EliminarCuriosa historia y bien contada.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Basada en hechos reales. Bien contada... no lo suficiente.
EliminarAdela, Adela, Adela... pues igual empiezo yo a decir al oído del funcionario de turno: Laura, Laura, Laura....jajá.
ResponderEliminarDe verdad, me ha gustado la forma de contarlo y de mostrar la historia, en un día cualquiera de un año cualquiera.
Creo que el esfuerzo por contar esta historia ficcionada merece un aplauso por mi parte: plash, plash, plash. El trabajo "elegante" considerado por su madre ¡todo un puntazo!.
Besos para tí por tu buen hacer en este formato algo más largo.
La idea salió del Taller de Escritura Creativa de la Casa de las Conchas, con lo cual parte de su mérito es de Raúl Vacas, si no yo ni conocería ni habría fabulado la historia. Respecto a mi buen hacer... no lo suficiente, pero gracias.
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